Ella y Él, un poema de amor interminable.

El destino, a veces, descubre sus cartas,

esa es la magia de la vida,

brisa que, sin oírla, cuando te acaricia,

es tu amor que suspira.


Él se asomó al balcón cuando sintió la llamada.

Ella alzó la mirada porque sintió la llamada.


-El destino baraja las cartas


Ella estaba tan lejos, que mil millas la separaban

Él hizo un ruego, que en su camino se le cruzara


-El destino había lanzado las cartas.


Él, mirando la estrella, sintió que le hipnotizaba.

Ella estaba segura, no podía ser otra que aquella.


-El destino dijo: de copas, Él, de corazones, Ella.


Ella, suspirando, se llevó sus dedos a la boca.

Él, con su mano en el corazón, la estrella sujetaba.


-El destino, sonriendo, juntó las dos cartas.


Pasaron los días, las semanas, casi una vida,

en una calle llena de flores y paredes blancas


-El destino no se equivocaba


Él detuvo sus pasos, dejó de caminar y se dijo:

No está lejos, lo sé, sé que la tengo muy cerca.


Ella alargó la mirada, había sentido lo mismo.

Y de repente, al volver la cara lo vio de espalda.


-El destino se hizo luz, una que salió de la nada


Él se dio la vuelta, una blanca claridad lo llamaba

y se dijo, eres tú la estrella que ayer me miraba.


Ella sintió de pronto como su corazón palpitaba  

y alargando sus manos a quien ayer esperaba…


-El destino había realizado el hechizo del amor


… Él corrió hacia ella y tomando sus manos: le dijo:

Ven, amor, andemos los caminos, es nuestro destino.


El destino los vio marchar agarrados de la mano

por calles de paredes blancas y ventanas azules


y, colgando como una ofrenda, macetas de claveles,

geranios, rosas. Aroma de canela y dulce hierbabuena.


En las puertas abiertas, coquetas cortinas de colores

se movían al compás de la brisa del viento que suspira.


A medida que caminaban calle abajo, cambiaba el paisaje:

Ahora, al final de la misma, eran olas blancas bordadas


De encajes con incrustaciones de preciosos corales.

Más adelante, un inmenso mar verde que se alzaba


hacia un horizonte que se volvía de tonos azules:

mar y nubes, cielo despejado y paredes encaladas


Y dando por finalizada la jornada, el destino, sonriente,

en retirada, se ocultaba, sabía que no se equivocaba.


Llegó la noche y una calma que invitaba abrir el alma,

entre el canto de la cigarra y las palomas enamoradas,


en un cielo cubierto de estrellas, una que deslumbraba,

que titilaba latidos de corazón, entró por la ventana 


donde dos amantes que hacían el amor se miraban,

mientras sus cabellos blancos relucían como de plata.


Y, con una voz que era un susurro de amor y ternura,

Él le dijo a Ella, qué guapa está mi linda enamorada


Ella, con la cabeza en el pecho de Él, se quedó dormida

Y Él, con sus manos llenas de ternura, le rozó la cara.


Amaneció un nuevo día y esa noche de ternura, fue preludio de un amor que dejó sus aromas como cálida brisa por calles de paredes blancas, rejas azules y ventanas perfumadas de claveles, de verdes mares (espejo de verdes pinares) Al fondo, tras un horizonte, la magia de la vida: el destino que los mira, oye los latidos de sus corazones y suspira:


Qué bello él, vestido con el amor de ella
y que hermosa ella con su sonrisa de estrella.

Desde entonces, en su baraja faltan dos cartas:
El As de copa de él y la Reina de corazones de ella.


Cuentan los claveles que los vieron partir, que iban rodeados de una aureola dorada, las rosas dijeron que iban protegidos contra el desamor y las distancias que entristece la piel, y los geranios, así los vimos partir, dijeron, agarrados del corazón como si fueran sus manos. Cuentan, además, rosas, claveles y geranios, que, cuando volvieron, su realidad era como el más bello sueño de dos enamorados, los que se juran amor eterno y no se separan nunca.

Para los demás, era una extraña pareja que se besaban con la mirada y practicaban el amor con las palabras. Para nosotras no eran extraños, eran dos afortunados, dos enamorados que el destino había juntado.


Las rosas, abiertas como un corazón enamorado y los geranios, puertas del verano, se miraron y con ilusión, en el aire unos labios dibujaron. Ellas le pusieron el sabor y ellos el color, un clavel los besó y el destino, nos realizó la magia de volver a la luz que entró por aquella ventana cuando los amantes que hacían el amor se miraban mientras sus cabellos blancos relucían como la plata. Y, como en sueño, los vimos, los oímos y, en ese instante, fuimos también, piel aterciopelada y, la brisa que nos acariciaba, la música encantada de la voz que susurraba.

 

Y, con una voz que era un susurro de amor y ternura,
Él le dijo a Ella, qué guapa está mi linda enamorada
Ella, con la cabeza en el pecho de Él, se quedó dormida
Y Él, con sus manos llenas de ternura, le rozó la cara.


En la intimidad del silencio que habla y las miradas de complicidad, el destino hizo del amor, a pesar de las distancias, un lugar de encuentro y detuvo el tiempo.


Ella alzó la mirada porque sintió la llamada. Su amor le hablaba.
Era Él que, asomado al balcón de su vida…, por ella suspiraba.


Bendito encuentro. Benditas cartas que el destino baraja. Bendito el tiempo que en un beso se para. Bendita la mirada que…, tu sonrisa, es lo que falta, cuando me faltas.





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