Amantes II

Antes de volver a tocar el timbre, además de la puerta, me encontré con sus brazos abiertos de par en par, cuando me abrazó supe que me esperaba hacía más de mil años. Su calor me dio la vida que me faltaba, su mirada, la luz que necesitaba y sus besos, ¡oh, sus besos!, cuantos deseos despertaron.

Me llevó en sus brazos a la ventana donde tres caballos blancos montados por tres ángeles con alas de plumas de seda blanca, esperaban nuestra llegada sobre una nube blanca que ya no estaba sola, ni parecía perdida.

Pero sabía que algo se escondía en lo más profundo de su ser, algo envuelto en melancolía… sé, -que quien nos hizo sentir en sus letras la claridad y salir por la ventana a la realidad-, que estaba cansado de que sus miradas se perdieran por los confines de un prado azul solitario.

He buceado en el océano de su alma y he probado la soledad profunda que le acompaña, he visto como su sombra se alargaba en retirada hacia las cuevas del olvido donde no llega ni el eco del viento porque están en el fondo de un abismo: su océano saturado de sal y tan profundo como un sueño eterno.

Todo cuanto dejó antes de partir, sé que lo hizo con las notas de una melodía perfumada de melancolía…, dejando entre las olas del mar que le llora, tres versos escritos con lágrimas que perforan el tiempo y fue su epitafio… 


  • Un beso, solo uno, uno de sus labios inmensos,
  • y luego… déjenme dormir un sueño eterno
  • que, en él, la estaré esperando siempre despierto.


Cuando volví la cara, vi la puerta abierta, él ya no estaba, una hoja escrita volaba buscando la ventana y otra sobre la mesa esperando ser leída. En ese instante fue cuando me desvanecí, volví al espacio infinito que eran los pensamientos del que, con el cigarrillo encendido y los ojos entrecerrados, dio vida por un momento a los que habitamos en los sueños que son los suyos.

Seguramente vaga por calles solitarias con sus manos en los bolsillos, su cigarrillo en los labios y la mirada perdida esperando encontrar en cualquier esquina a la mujer de cabellos de seda, mirada apasionada y sabor a futuro en sus labios de menta. Atrás quedaron, sobre la mesa, sus últimas palabras


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